30/12/07

29/12/07

Con el dinero de todos

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En Madrid, entre tintineo de collares de perlas, lóden de cazador dominguero, sombreros tiroleses con pluma de oca, y sonotones y bastones último modelo, envuelto todo en olor de chanel de santidad número cinco, los obispos y demás clerigalla se gastarán parte del dinero que nos usurpan de los presupuestos generales del Estado para ponernos a parir de viva voz y por escrito en una marea de pancartas.

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De aquí.

28/12/07

Lo que no me ha sorprendido

Acaba de hacerse pública la sentencia de un juicio que ha durado años y que se ha gestado a la sombra de los distintos vaivenes e intereses políticos. Ha sido conocido como el macroproceso 18/98. Lo comenzó el juez Baltasar Garzón y se supone que, una vez finalizado, ha quedado descabezado lo que sería el entorno de la punta más violenta del independentismo vasco. En el juicio se condena a más de 500 años a 47 personas, /.../, acusadas de pertenecer, de una u otra manera, a ETA. No he leído la fundamentación de la sentencia ni pertenezco al gremio de expertos en la materia.

Los doctores, por tanto, tienen la interpretación jurídica y para ellos es, por tanto, la tarea. Lo que me ha sorprendido, o mejor, lo que no me ha sorprendido es el saludo alborozado de tanto difundidor de consignas, denominando a dicha sentencia “histórica”. Es de suponer que si en vez de 500 años hubieran sido 5.000, la sentencia se consideraría aún más histórica, y así hasta el infinito. Bonita forma de acoger con imparcialidad y neutral honestidad un juicio. Un juicio, como indiqué, lleno de trancas y barrancas. Lo normal, algo en nuestros días ideal, es que se hubieran ofrecido argumentos y contraargumentos, de modo desapasionado. En vez de ello, todo un huracán de loas condenando al silencio a quien se atreva a poner una coma.

Todavía me ha sorprendido, o no me ha sorprendido, que personas obligadas a cuidar con mimo y celo el lenguaje hablen de “entramado” y de “entrañas” (al final va a parecer un asado argentino). Este lenguaje metafórico, en vez de aclarar, confunde. Porque diluye los conceptos y posibilita que se haga pasar el gato de una determinada ideología por la liebre de la violencia. Yo conozco a alguna de las personas condenadas y, estoy convencido, tienen que ver con la violencia lo que tendría que ver un padre franciscano o, si se quiere apurar más, un padre capuchino.

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A Sabino Ormazabal le han caído 9 años de cárcel, no mucho menos de las penas a las que acostumbra a condenarse a asesinos o violadores confesos. A Iñaki O’Shea le han premiado con uno más. Me precio de ser amigo de ambos, aunque en los últimos tiempos he tenido más contacto con Sabino. Jamás vi en él concesión alguna a esa violencia que la sentencia dice condenar y que el ojo del juez, corregido y aumentado por los bienpensantes obedientes a lo que en el momento convenga, ha escudriñado. Me imagino que lo que acabo de escribir no servirá de excusa para que se me acuse de formar parte de ningún entramado. A no ser que a alguien se le ocurra, y candidatos a tales ocurrencias hay muchos, crear un nuevo concepto jurídico: la existencia del entramado del entramado.

De aquí.

27/12/07

Soy culpable, y vosotros no, estupendo

Que quede claro una vez más: no intento decir que yo no sea culpable de tal o cual hecho. Soy culpable, y vosotros no, estupendo. Pero, pese a todo, deberíais ser capaces de deciros que lo que yo hice vosotros lo habríais hecho también. A lo mejor con menos celo, aunque quizá también con menos desesperación, pero, en cualquier caso, de una forma o de otra. Creo que puedo afirmar como hecho que ha dejado establecido la historia moderna que todo el mundo, o casi, en un conjunto de circunstancias determinado, hace lo que le dicen; y habréis de perdonarme, pero hay pocas probabilidades de que vosotros fuerais la excepción, como tampoco lo fui yo. Si habéis nacido en un país o una época en que no sólo nadie viene a mataros a la mujer y a los hijos de otros, dale gracias a Dios e id en paz. Pero no descartéis nunca el pensamiento de que a lo mejor tuvisteis más suerte que yo, pero que no sois mejores. Pues si tenéis la arrogancia de creer que lo sois, ahí empieza el peligro. Nos gusta eso de oponer el Estado, totalitario o no, al hombre vulgar, chinche o junco. Pero nos olvidamos entonces de que el Estado se compone de hombres, más o menos vulgares todos ellos, cada cual con su vida, su historia, la serie de casualidades que hicieron que un día se encontrara del lado bueno del fusil o de la hoja de papel, mientras que otros se encontraban del lado malo. A las víctimas, en la inmensa mayoría de los casos, nunca las torturaron o las mataron porque eran buenas, y sus verdugos no las torturaron porque fuesen malos. Pensar eso sería un tanto ingenuo, y basta con tratarse con cualquier burocracia, incluso de la Cruz Roja, para convencerse de ello.

Jonathan Littell, LAS BENÉVOLAS

21/12/07

Hostias

Las confesiones religiosas se amparan en el derecho de los padres a dar la educación a sus hijos que mejor consideren según sus creencias y costumbres. Es la base para oponerse, por ejemplo, a la asignatura de Educación para la Ciudadanía o para perpetuar la mutilación de las niñas, con la ablación del clítoris. Gracias a esa regla, los hijos pueden padecer tortura mental continuada, un maltrato psicológico cruel disfrazado de educación religiosa, por el puro capricho de sus padres que creen firmemente en castigos eternos, en demonios, ángeles y arcángeles,  y pecados mortales. A veces se creen en el derecho de jugar con la vida de sus vástagos con su oposición a una transfusión de sangre salvadora, como en el caso de los Testigos de Jehová.

El mismo mecanismo ha servido históricamente para la utilización de otra tortura, el maltrato físico, que a veces tomaba la forma de una abierta paliza. Y todos lo hacen, cómo no, con el noble propósito de “enderezar” el carácter y el destino de sus muy queridos hijos.

Ahora bien, si preguntáis a los partidarios de la violencia cuál es la dosis adecuada a emplear contra los educandos, inmediatamente comprobaréis que cada uno tiene su receta particular. Y encontramos desde partidarios de la paliza (seguramente un ensayo general con todo para futuros reos de violencia machista) hasta los que ven con buenos ojos el cachete, el capón, el azote, la colleja, más para multiplicar el efecto de una regañina que como un intento de ejercer violencia física.

Yo pertenezco a la generación de receptores de cachetes y azotes varios, pero a mi hijo jamás le he tocado un pelo. Ni yo estoy traumatizado por las collejas paternas (mi madre sólo hacía volar las zapatillas, con una pésima puntería) ni creo que él esté mejor educado que yo. Pero aplaudo la decisión del Congreso, con la oposición del PP, por supuesto (a la derecha le encanta salvar a la humanidad a hostia limpia), de “ilegalizar” el cachete, no tanto por su gravedad intrínseca, sino porque las discrepancias en la dosis, la arbitrariedad en la administración de la medicina, son tan enormes que a veces tan sólo los servicios de urgencia de los hospitales son capaces de distinguir entre educación y maltrato.

Y porque mal vamos si la autoridad te viene dada por tu capacidad de ejercer la violencia.

De aquí.

20/12/07

Alguien debe usar el sentido común

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Asistir a las amenazas que un grupo de actores concentrados el martes en Madrid para defender ese atraco legal [el canon digital], recordándole al PSOE, a gritos, que ganó las elecciones con su apoyo por el “no a la guerra” fue de un patetismo lírico y un insulto indiscriminado.

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De aquí.

17/12/07

De blanco Satán

La Cruzada continúa. La encíclica de Benedicto XVI Spe salvi, del pasado 30 de noviembre, ratifica y radicaliza el anatema de la Iglesia católica contra una modernidad culpable de desobedecer a Dios y que se está despeñando por tal causa en la desesperación del nihilismo.

El outing es ahora completo. Incluso la democracia es mentira si la soberanía de los hombres no se subordina al imperio de la "ley natural", es decir, si la libertad no coincide con la obediencia a los ucases de la Iglesia, única intérprete autorizada de tal "ley natural" y de la voluntad de Dios con la que esta coincide. La democracia debe ser cristiana, pues en caso contrario será deshumana.

El misterio ha quedado finalmente resuelto. El culpable es Voltaire o, mejor dicho, Bacon incluso. El Mal es la Ilustración, el proyecto de autonomía del hombre. Autos-nomos, el darse el hombre por sí mismo sus propias leyes, en vez de recibirlas de Dios, o de sus subrogados y ministros (la "Naturaleza" y la Iglesia jerárquica), ahí reside la Culpa inexpiable. El Enemigo (en el sentido preciso de las Escrituras) es la razón que prescinde de Dios, la razón que trabaja iuxta propria principia, la razón que razona, en definitiva.

El autos-nomos, la pretensión de soberanía para todos y cada uno, es más, supone la caída de la humanidad en el Averno de los totalitarismos, donde todo es llanto y crujir de dientes, y cosas peores aún: el Terror de Robespierre y Saint Just y el Gulag de Stalin. A eso se llega, inevitablemente -Ratzinger dixit- si el hombre, en sus relaciones con la naturaleza y con los demás hombres (ciencia y política), se comporta como si Dios no existiera, es decir, si toma en serio la propuesta de Grocio que salvó a Europa de la autodestrucción de las guerras civiles de religión: Etsi Deus non daretur. Precepto, por lo tanto, que es -históricamente hablando- la única auténtica e indiscutible raíz de Europa.

Nada nuevo, se dirá. Extra ecclesiam nulla salus es la piedra angular -desde hace siglos- de todas las exigencias "papistas". Tales exigencias, sin embargo, llevaban varios decenios puestas en sordina. La propia Iglesia parecía -no sin razón- avergonzarse de su pasado "constantiniano" y de sus anatemas contra la ciencia, el liberalismo, la democracia (dispuesta incluso a pedir perdón por algunas cosas). No se citaba ya el Sílabo sino el Concilio Vaticano II.

Desde entonces es como si hubiera pasado un siglo. Con el papa Wojtyla primero, y con el papa Ratzinger ahora (que fue el más estrecho colaborador de Wojtyla en la redacción de encíclicas cruciales como Veritatis splendor y Fides et ratio) los contenidos esenciales del Sílabo han vuelto a recobrar auge: la soberanía pertenece a Dios, un Parlamento -democráticamente elegido por los ciudadanos- que actúe contra la "ley natural" (por ejemplo con una ley que autorice el aborto, aunque sea de forma limitada) se convierte ipso facto en ilegítimo. Así lo manifestó Wojtyla en Varsovia, solemne de furor y de cólera, contra el Parlamento polaco (¡el primero libremente elegido tras medio siglo de comunismo!). El aborto como "genocidio de nuestros días", como un nuevo holocausto. Una mujer que escoge el drama del aborto es tan culpable como el soldado de las SS que arroja a un niño judío al horno crematorio. El mundo laico hizo como si no oyera o no comprendiera, subyugado por la fascinación mediática.

Ahora, tal actitud no resulta ya posible. Para quien pretenda buscar coartadas, el Papa alemán ha eliminado cualquier duda. O Dios o la soberanía popular. No deben tomarse como exageraciones polémicas. El razonamiento teológico-político de Joseph Ratzinger es compacto, lineal y -en su lógica confesional y dogmática- perfectamente coherente.

Veámoslo. La modernidad aspira a cimentar la existencia del hombre en el binomio razón + libertad, autónomamente, prescindiendo del Dios de la Iglesia. Pero de la "acción" del conocimiento (la ciencia baconiana) se pasa inevitablemente a la "acción" de la política, siguiendo una idea ilustrada de "progreso" como "superación de todas las dependencias". Libertad ilimitada, libertad perfecta "en la que el hombre se realiza hacia su plenitud". Ya sabemos cómo acabó todo (Robespierre y Stalin) y sabemos también por qué: el ateísmo como resultado de la Ilustración.

Por lo tanto "es necesaria una autocrítica de la edad moderna" que debe tener lugar "en diálogo con el cristianismo y con su concepción de la esperanza". El eufemismo "diálogo" no nos debe llevar a engaño: "sólo Dios puede crear justicia". Y, préstese atención, "no un dios cualquiera, sino ese Dios que posee un rostro humano y que nos ha amado hasta el final". El Dios/Jesucristo de la Iglesia jerárquica, de la Verdad consignada en los concilios de Nicea y Calcedonia, como ha sido remachado por el Papa alemán en su reciente libro best-seller.

Pero tal "concepción de la esperanza", según la encíclica, equivale ni más ni menos que a la certeza de la fe. El mundo, y en especial el Occidente que ha surgido de la modernidad, sólo puede escapar del estigma de la desesperación a través de "la apertura de la razón a las fuerzas redentoras de la fe, al discernimiento entre el bien y el mal". Obviando las perífrasis, pensando y actuando con obediencia a la moral católica. De la vida a la muerte, siguiendo todas las etapas de la sexualidad, y sin olvidar la investigación científica. Células estaminales, aborto, contraceptivos, institución matrimonial, educación escolar, interpretación del darwinismo, terapias del dolor, eutanasia: todo debe obedecer a la "ley natural", sinónimo puro y llano de la voluntad confesional de la Iglesia jerárquica.

Desde un punto de vista cultural, bastaría con responder al Papa teólogo que la modernidad, para empezar, no es fundamentalmente, como él pretende hacernos creer, Terror y Gulag, porque de las tres revoluciones "burguesas", de Cromwell, de los girondinos, de Jefferson, nació una forma de convivencia extraordinaria, hasta entonces desdeñada como utopía, la democracia liberal (cuyos principios pisotean, con demasiada frecuencia, los establishment de Occidente en sus acciones cotidianas). Y que Nietzsche y Marx, por no hablar de Bacon y de los ilustrados, no se parecen en absoluto al prontuario paródico pregonado en la Spe salvi.

Pero Joseph Ratzinger, a pesar de los indudables y prepotentes artificios académicos que animan su pluma, es un hombre de poder lo suficientemente desencantado como para saber que el peso de una encíclica no depende de su claudicante aleación cultural.

De ésta proporcionó, por lo tanto, una auténtica interpretación política al día siguiente, hablando frente a los representantes de las organizaciones humanitarias no gubernamentales (ONG) de matriz católica, al acusar a diversas agencias de la ONU de "lógica relativista" que niega "ciudadanía a la verdad acerca del hombre y de su dignidad, así como a la posibilidad de una acción ética fundada en el reconocimiento de la ley moral natural". A tal tendencia es necesario oponer los "principios éticos no negociables" de los que la Iglesia es depositaria.

Como puede verse, con su outing contra la ilustración y el autos-nomos democrático, el papa Ratzinger se postula explícitamente para el liderazgo mundial del fundamentalismo religioso, el no terrorista, obviamente. Su próxima intervención ante las Naciones Unidas, prevista para el 18 de diciembre, constituirá el acto oficial y solemne de todo ello. Confiemos en que, al menos ese día, "quien tenga oídos para oír, que oiga".

De aquí.

16/12/07

13/12/07

Ilusión

El Roto

 

¡Vaya manera que tienen de rezar! (la segunda línea de texto de la viñeta devalúa el sentido profundo, cierto y universal de la primera)

11/12/07

El freno de las bajas pasiones sociales

/.../ Al parecer, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, con todo lo que ello significa, ya ha decidido admitir el recurso de Batasuna contra su ilegalización. El recurso defiende que la Ley de Partidos (y la interpretación constitucionalmente sancionada por el TC de la misma que permitió al Reino de España disolver la organización abertzale) son contrarias a las normas de mínimos en materia de protección de los derechos humanos vigentes en toda Europa. /.../ la mera admisión del recurso es más que significativa aunque, como es obvio, de este asunto habrá que hablar mucho cuando llegue la sentencia.

Lo cierto es que a mí me habría gustado más que, puestos a defender ciertos valores básicos, hubiera sido el Tribunal Constitucional el que se lo hubiera currado en su Sentencia 48/2003, el que hubiera sido capaz de sustraerse a la marea política del momento y se hubiera puesto exigente en materia de derechos humanos. Ésta es, de hecho, una de las funciones de los juristas. La de ponernos “tontos”, aunque no se entienda socialmente, en ciertos momentos, cuando el clima no acompaña, al menos no de primeras, nuestro cerril emperramiento en defender nuestras “absurdas y rígidas garantías”. La tentación del atajo es humana y muy comprensible en su generación y ejecución. La comunidad jurídica, por mucho que obviamente no tenga capacidad para imponer sus obsesiones de fondo a largo plazo, sí puede y debe (dado que en principio sólo ella puede hacerlo bien, bien de verdad, con capacidad para ser efectivo valladar frente a tentaciones coyunturales), mantenerse firme en la defensa de ciertos bienes y garantías adquiridas para todos gracias a mucho esfuerzo colectivo, que se encuentran en la base del éxito de nuestro modelo de sociedad. Con calma, cuando pasa la situación de necesidad, superada la tentación del atajo, casi todo el mundo es consciente de la conveniencia de construir nuestra convivencia respetando esos valores y garantías. Afortunadamente. El problema es qué hacer, cómo actuar, cuando falta la calma e impera la urgencia. Por eso es tan importante que, quienes tienen la responsabilidad de velar por tan importantes bienes, no cedan a las primeras de cambio. Será en parte triste, por este motivo, que sea el Tribunal Europeo de Derechos Humanos el que haya de enmendar la plana al Tribunal Constitucional (si es que finalmente es lo que acaba ocurriendo). Triste, pero necesario, dado que nuestro Tribunal, así como nosotros como juristas, como comunidad, hicimos una manifiesta dejación de nuestras funciones al no funcionar como freno a las bajas pasiones sociales sino, antes bien, en algunos casos, incluso azuzarlas.

La Sentencia 48/2003, muy resumidamente, optó de forma cobarde por “interpretar” la Ley de Partidos a partir de unos postulados que sí permitían predicar su constitucionalidad. Aunque técnicamente la solución podía ser aceptable y, de hecho, la sentencia es incluso correcta, suponía de facto hacer dejación de las funciones que tiene encomendadas en Tribunal. Porque la Sentencia, resumidamente, obligaba a interpretar la ley de forma que no podría ser aplicada, de manera que no permitiría ilegalizar partidos por cuestiones de mera ideología y de la manifestación de la misma. De este modo entendida, es cierto, la ley sí podía ser constitucional, pero era obvio que lo era, entre otras cosas, porque pasaba a no servir para nada, a no aportar nada nuevo a nuestro ordenamiento. Por esta razón digo que el hecho de interpretarla de esa manera para hacerla constitucional era cobarde y suponía hacer dejación de funciones: permitía la subsistencia en el ordenamiento de una ley que, entendida como dijo el TC, nunca sería utilizada, por lo que a nada servía y, a cambio de tan magro rédito nos traía el evidente riesgo de, por la puerta de atrás, avalada su permanencia en el ordenamiento jurídico, abrir la puerta a la posibilidad de que fuera utilizada a partir de los criterios interpretativos teóricamente proscritos por el TC. Como, de hecho, ocurrió con posterioridad, amparando una ilegalización de base ideológica mientras el TC se lavaba las manos y olvidaba las cautelas de su propia sentencia de marzo de 2003. Y, así, gracias a la ley de partidos, podemos ilegalizar a formaciones políticas por motivos tan peregrinos como, por poner un ejemplo (que fue determinante en su día para la ilegalización de Batasuna tras un atentado en Santa Pola y que vuelve hoy a estar en boga), no condenar la violencia terrorista.

Si la única manera de remediar este estado de cosas es que venga el TEDH y nos enmiende la plana, manifiesta como es a estas alturas la ausencia de voluntad (o de capacidad) que hemos demostrado los juristas españoles para oponernos a estas aberraciones, pues bienvenida sea.

De aquí.

Banderío

La indignación de un sector de la prensa y, como consecuencia, de la opinión pública, por la ausencia de banderas de España en la fachada de algunos edificios oficiales nos obliga a destacar el inmenso amor que tiene esta gente a la gloriosa enseña nacional. “¿De dónde les viene?”, se preguntará algún joven imberbe. “Calla, insensato, no me obligues a hacer memoria histórica que es políticamente incorrecto”.

Piden castigo por defecto de uso; yo pediría que se castigara también el exceso. Debería ser una ofensa a la enseña, si es que representa a la “España democrática y constitucional”, envolverse en ella para llamar “maricón” o terrorista a alguien. Se da la gran paradoja de que los que más la aman son, al mismo tiempo, lo que más la mancillan. Tampoco debería usarse para intentar pegar con ella a un ministro, pudiendo utilizar objetos contundentes que no sean sacrosantos, porque se acaba identificando la bandera con el arma y esto crea bucles psicológicos extraños, e inconvenientes asociaciones de bandera con barbarie. Al mismo tiempo, en concentraciones de partido, o en otras más sectarias, donde se insulta al presidente del Gobierno, o se dicen barbaridades sobre la complicidad de las instituciones en el terrorismo, no falta nunca el mar de banderas, no de ese partido o asociación, sino de España, y claro, a fuerza de usarla como bayoneta, acaba siendo distintiva: si ése es su símbolo no puede ser, al mismo tiempo, el de los insultados. La sienten más suya, es su signo de identidad desde hace muchos, muchos años. Ves una bandera en un reloj y sabes a quién vota.

Se quejan de su ausencia en edificios, pero no de que se use para correr a la gente por la calle.

Representará a la madre, pero no a la mía. Era justo lo contrario.

De aquí.

Jugando con fuego

El distanciamiento de la agonizante dictadura franquista por la jerarquía eclesiástica y su discreta adaptación a los nuevos aires conciliares de Juan XXIII y Pablo VI, manifiestos en su conformidad al rumbo político de la Transición y en la relación fluida con el Gobierno de Felipe González por el cardenal primado Enrique Tarancón y una mayoría de los obispos, me indujeron a creer, con un exceso de optimismo, que mi anticlericalismo de juventud, forjado por la muy poco santa alianza de la Iglesia y el Régimen, pertenecía al pasado.

Nadie era ya anticlerical en el ámbito intelectual de la izquierda francesa en la que me eduqué cuando dejé al fin la España franquista por un mundo mejor, menos maniqueo y más vasto, por la sencilla razón de que, tras la tormentosa separación entre la Iglesia y el Estado republicano en 1905 -objeto de la iracunda reacción de Maurras y de L'Action Française-, la primera se ocupaba de sus fieles y el segundo de los ciudadanos. Había, pues, dos espacios rigurosamente delimitados y sin interferencias recíprocas: los laicos convivían con la Iglesia y ésta no se entrometía en los asuntos de la República.

Pero Francia es Francia, y España, ay, España. La tenaz y corrosiva nostalgia del Episcopado actual de los buenos tiempos del nacionalcatolicismo y de la bendita Cruzada que nos salvó del laicismo republicano y de la conjura judeomasónica y comunista se encarga de recordárnoslo.

En los felices ochenta del pasado siglo no prestaba demasiada atención a la involución doctrinal que se gestaba en los pasillos y sótanos del Vaticano desde la elevación a la silla de Pedro de Juan Pablo II. Estratega eficaz -artífice esencial, como sabemos, de la caída de los regímenes prosoviéticos de la Europa del Este-, Wojtyla era un adepto intransigente de la doctrina consagrada por la Iglesia con anterioridad a sus dos predecesores. La evolución democrática de la sociedad hispana le inquietaba en extremo y, según me refirió un alto cargo de nuestra diplomacia, había pedido a un grupo de monjitas españolas, en vísperas de su entronización, que rezaran mucho por España porque su cardenal primado ¡era comunista!

Si los ocho años de Gobierno de Aznar pusieron un bálsamo providencial a su desasosiego respecto a la paulatina dispersión del rebaño de creyentes en la Península, la elección del actual presidente disparó todas las alarmas. Pocas semanas antes de su fallecimiento, la prensa nos informó de que el santo varón preguntaba obsesivamente a sus visitantes:

"¿Qué hace Zapatero?". La ansiedad por la salvación del alma de nuestros paisanos le acompañó así, dolorosamente, hasta la tumba.

El giro a la derecha pura y dura se ha acentuado aún tras la elección de Ratzinger al solio pontificio. El retorno a las concepciones tradicionales del catolicismo más carca, tanto en el área doctrinal -resurrección del latín y del infierno de Pedro Botero con el plus de una llamativa e inmisericorde desprogramación del limbo- como en la sociedad -condena de anticonceptivos, aborto, divorcio, ley de parejas, matrimonio homosexual, etcétera-, ha abierto las compuertas de la frustración acumulada por el sector más reaccionario de la jerarquía española desde que la Constitución española de 1978 dio fin a su intervencionismo opresivo en los asuntos públicos y a su monopolio en la gestión económica y moral de las almas. No pudiendo perseguir a cuantos disienten de ella ni bendecir a quienes antes los fusilaban, asume el papel de perseguida en unas pastorales dignas de Radio Burgos y sus vociferantes consignas. Una asignatura tan anodina como la de la Educación para la Ciudadanía suscita alarmas apocalípticas por parte de Rouco Varela, Cañizares y de sus portavoces de la Cope. Tras el "España agoniza" la invitación a orar por la descarriada Monarquía y el imperturbable respaldo a los insultos y mentiras de la emisora episcopal, la beatificación masiva por Benedicto XVI de 498 fieles asesinados por los extremistas del campo republicano durante la behetría reinante en las primeras semanas de la Guerra Civil -mientras se excluye de tan divina gracia a los sacerdotes vascos ejecutados por el Ejército de Franco-, muestra la beligerancia santa de una Iglesia que no ha aprendido nada de los abusos y atropellos que cometió a lo largo de su historia ni renunciado a unas políticas que vulneran la legalidad y contradicen su presunto magisterio.

En unas andanadas contra una asignatura que homologa a España con los países democráticos europeos, ni la Santa Sede de Benedicto XVI ni los cardenales integristas que son su punta de lanza, tienen en cuenta la diferencia existente entre educación y adoctrinamiento. La Iglesia de Roma, como su envidiado y temido rival, el wahabismo islámico, no muestra ningún interés por la primera y se vuelca del todo en el segundo: en ese lavado de cerebro del rebaño que apacienta y guía con mano firme al redil, y sobre el que extiende un manto protector de la mortífera contaminación laicista. Pues lo que se trasluce hoy tras el encubrimiento por la Cope y medios afines de todas las falsedades e insidias en torno al origen de los atentados del 11-M y la extravagante petición de Esperanza Aguirre a don Juan Carlos de "un tratamiento humano" a Federico Jiménez Losantos, es el afán irreprimible de volver a los tiempos de la alianza entre el Trono y el Altar, o entre el Caudillo y el Altar que la restablezca en la plenitud de su imperio y de sus privilegios mundanos.

Todo ello me inclinaría a recuperar el militante anticlericalismo juvenil si la reacción de muchos católicos de base y de algunos sacerdotes privados por la jerarquía de la facultad de administrar los sacramentos no me permitiera establecer una distinción entre quienes se esfuerzan en mantenerse en sintonía con la sociedad y los que, como reza el reciente manifiesto de Redes Cristianas, han "emprendido una carrera para conquistar el poder a cualquier precio".

El anticlericalismo del siglo XIX y del primer tercio del siguiente, prolongado en España por la dictadura franquista, debería pertenecer al pasado. Es lamentable que la conducta actual de la Iglesia nos empuje a volver a él.

(Las negritas no son del original)

De aquí.

4/12/07

Los efectos del voto lacayuno

A riesgo de ponerme pesado con la operación Guateque, quiero precisar una cosilla. En el último pleno del Ayuntamiento de Madrid, la delegada de Urbanismo, doña Pilar Martínez, comentaba: “Se dice que era un secreto a voces. No lo creo. Si no, ¿dónde estaban los empresarios, los ciudadanos extorsionados, los grupos municipales, los medios? Si era un secreto a voces, todos estábamos sordos”.

Voy a contestar punto por punto. Me refiero a principios de los 90, época de la que hablé en este mismo periódico. 1) “Era un secreto a voces”. No, no era un secreto, los abusos de la concejalía de Centro eran un escándalo publicado una y otra vez en los medios. 2) “¿Dónde estaban los empresarios?”. Crearon una asociación para protegerse de esos abusos, sufrieron represalias, sus locales fueron cerrados uno por uno (tardaban hasta diez años en dar la licencia, la indefensión era total). 3) “¿Los grupos municipales?”. La oposición denunciando los abusos, su grupo, callando. El concejal responsable ascendió en la lista en las siguientes elecciones. 4) “Los ciudadanos”. Defendiéndonos de los insultos y amenazas.

Los que vivimos aquello nos maravillamos de la amnesia municipal. Lo extraño es que sean enemigos de la memoria histórica. Es bueno que alguien les recuerde las cosas, tienen memoria de pez. Hago este comentario porque, hablando del tema de Totana, el señor Zaplana dijo: “Aquí (por el PP) no hay ni corrupción generalizada, ni puntual”. Si más de cien casos le parecen pocos… Es posible que dentro de unos años escuchemos: “¿Cómo iban a pasar esas cosas sin que nadie se enterara?”. Sí, nos enteramos. No estamos sordos, ni gilís. Los que no se enteran son ustedes, tampoco ahora, no les sale. Total, no les resta ni un voto.

De aquí.

3/12/07

Lunes de asco

En general, todo da bastante asco. Da asco este Estado en el que se celebran entierros cristiano-militares con discursos repletos de mentiras: que fulano “dio la vida”, “que no se lo esperaba”, que a ver si los terroristas “entran en razón”, etc, etc… Reconozco que cualquier cabecita sensata puede juzgar esto como otro maldito efecto indeseado de la política. Pero el hecho es que los románticos dementes de ETA van a la suya, y tienen una lógica estalinista equiparable a la del poder monopólico del Estado. De hecho, se complementan. La dialéctica víctima-represor perpetúa este absurdo ciclo violento. Y como decía, asquea ver cómo se endiosa a los muertos y cómo se hace de todo entierro un seísmo nacional. No hay nada que alimente más el rencor de ambos bandos. Un guardia civil que vigila a una banda armada sabe que se la juega, pero tampoco es ningún mártir: en el ejercicio de una función de vigilancia tampoco se asume una muerte segura. Sigue habiendo una pequeña diferencia entre el País Vasco-Francés y las afueras de Basora. Su trabajo no es un suicidio sino una función de “riesgo” (parece mentira que este concepto, “riesgo”, tan asumido en términos económicos, se desprecie de plano en cualquier otro ámbito de nuestra organización social), así que tampoco puede decirse que “dio la vida” por nada, pues no tenía previsto entregarla bajo ningún concepto -que se sepa-. El tipo pretendía hacer su trabajo como agente represor del Estado para regresar a su casa una vez concluido su trabajo. No hay ni más ni menos historia. También me deja pasmado que bajo la mentalidad unionista española la lógica de la violencia sólo deba servir para fines “uni”-nacionales, y que deban ser los otros quienes se avengan a "entrar en razón". Me recuerdan a unos críos estirando del mismo juguete. Mucho tienen que cambiar las cosas para que dentro de unos años no sigan a la caza... y explicando mentiras en los entierros.

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De aquí.

Administradores del terror

Hemos tenido mejores fines de semana. Las multinacionales del miedo no descansan, y parecen diabólicamente sincronizadas en su tarea de amargarnos la existencia. ETA ha vuelto a matar guardias civiles, y el Papa los ha enviado al infierno. Bueno, los ha enviado al infierno si en las milésimas de segundo que median entre la entrada de una bala en la cabeza y la muerte cerebral no han tenido tiempo de arrepentirse de sus pecados. Y ello parece poco probable.

El presidente de la multinacional del terror psicológico ha vuelto a atentar contra nuestras conciencias, un tanto relajadas, recordándonos que eso de que el infierno y el purgatorio no existían era un bulo de la multinacional atea.

Días antes, en esa amnesia que sólo la fe cándida de sus seguidores disculpa, había aventurado que el ateísmo ha originado las “más grandes crueldades y violaciones de la justicia”

de la era moderna, olvidando quizá el papel del papado que miraba hacia otro lado ante el nazismo y el fascismo que nos metieron en la segunda guerra mundial.

En cualquier caso, como diría su amigo el otro historiador insufrible e igual de certero en el análisis, José María Aznar, la encíclica Spe Salvi en la que rescata el infierno es un mensaje “sin complejos” , la vuelta al catálogo de ventas que tan buenos beneficios le ha proporcionado a su empresa a lo largo de la historia. La Iglesia se estaba equivocando con tanta relajación en el mensaje, tanto hablar de la bondad y generosidad de su dios, a punto de abandonar su mejor activo: el terror, el miedo irracional, el instrumento supremo de los salvapatrias y salvaalmas que tan buenos resultados les ha reportado siempre para equilibrar sus cuentas corrientes.

Para Benedicto XVI, los enemigos no son los seguidores de las otras religiones (falsas, por supuesto), ni sus promesas extravagantes de Paraísos machistas repletos de huríes y ríos de miel. El Papa, como buen comerciante, no tiene miedo a la competencia. Al fin y al cabo, los fieles de las otras religiones son clientes potenciales a los que un día seducir (ahí está Tony Blair); ocupan una cuota de mercado por la que competir, bien es verdad, pero son compradores ciegos a los que, una vez dispuestos a tener fe, no les importa el tamaño del disparate en el que hay que creer. Los enemigos somos otros, los ateos, los que no estamos dispuestos a consumir su mercancía.

También nos recordó Su Santidad que habrá un Juicio Final, el fin de fiesta donde se escenificará el reparto definitivo de premios y castigos eternos. De todos los misterios de su religión (y mira que tiene misterios) el pasaje del Juicio Final es quizá el más disparatado del catálogo. Y sin embargo la gente lo compra con el mismo entusiasmo con que se abona a la historieta de la manzanita de Eva.

Es sabido que resucitaremos con nuestros cuerpos tal como fueron en vida, los fetos abortados, los embriones, los malformados genéticamente, todos los proyectos de vidas nonatas con las que dios se entretuvo en ponerles una almita estéril, pero que no hicieron el menor mérito por merecer el Cielo, allí de pie junto a la Madre Teresa de Calcuta que se dejó la piel en vida, temblorosa, disimulando para que no se diera cuenta dios de que en un momento de debilidad había dudado de su existencia y hasta de su bondad. Y allí estará el guardia civil Raúl Centeno y las víctimas de todos los terrorismos junto a sus asesinos, y allí estaré yo, un ser inclasificable, todos pendientes del humor del padre eterno y de la nota final con la que va a calificar nuestras vidas. Tú para arriba, tú para abajo… Vamos, lo que se dice la juerga final.

De aquí.