29/2/08

El precio de la libertad

Hace algunos años dos importantes constitucionalistas americanos publicaron un libro que fue saludado como un hallazgo. En él, sin embargo, los autores no reivindicaban más que el sentido común. Su título era El coste de los derechos y su lema central muy sencillo: los derechos cuestan dinero. La libertad no es gratis.

El subtítulo era precisamente ese: de cómo la libertad depende de los impuestos. Y su moraleja era que aquella cantinela que tratan de imponer los beatos y beatas del libre mercado se sustenta en realidad sobre un fraude intelectual: es imposible incrementar la libertad hasta el infinito y bajar los impuestos hasta el cero, es decir, la idea de que la disminución de los impuestos incrementa necesariamente la libertad es una superchería. Los enemigos de la acción del Estado no pueden simultáneamente presentarse como los paladines de los derechos individuales porque los derechos no son sino un conjunto de reglas respaldadas por la fuerza del Estado y financiadas con el dinero público.

Los derechos y las libertades son también la expresión de un poder del Gobierno y de una autoridad jurídica. Incluso los derechos que se ejercen en el mercado. Porque un mercado moderno no es una práctica anómica, sino un tejido complejísimo de derechos y garantías. Y esos derechos y garantías se sustentan en los impuestos: no hay propiedad privada sin impuestos, ni contratos sin impuestos, ni préstamos sin impuestos.

Sólo un Estado puede crear un mercado firme y dinámico en el que esté asegurada la garantía de los contratos y las transacciones sean respaldadas por la ley. Donde el poder del Estado no puede intervenir con eficacia surge la mafia y la extorsión, y no prosperan los contratos, ni los préstamos a largo plazo ni las hipotecas.

Decía Hobbes, con intuición increíble, que sin Estado era imposible el "cálculo del tiempo". Es evidente por qué. Sólo se puede mirar al futuro cuando se está protegido por reglas estables capaces de hacer presente y confiable el tiempo que ha de venir, y de eso, y sólo de eso, pende la existencia de cosas tan prosaicas como la propiedad privada, los préstamos o las hipotecas. Sin Estado no hay predicción, sin predicción no hay derechos, y sin derechos no hay mercado. Pero como los derechos dependen de los impuestos, resulta que sin impuestos no hay mercado. Todo lo demás son patrañas. Si alguien quiere mercado, ha de querer impuestos.

Esto no significa olvidar aquello que recordaba Antonio Machado, "sólo el necio confunde valor y precio". Porque es, en efecto, un necio el que piensa que lo valioso de algo es siempre igual a su precio de mercado. Pero más necio es todavía quien cree que las cosas que más valoramos no tienencoste alguno en términos de tiempo, de esfuerzo o de dinero.

Curiosamente, esta segunda necedad parece agudizarse mucho en periodo electoral, en particular por lo que respecta a los derechos. Los derechos son, efectivamente, una de las cosas más valiosas que tenemos: valen mucho más que su precio, pero hay que decir bien alto que tienen precio, y sin pagar ese precio no se tienen los derechos. No vaya a ser que, llevados por esa necedad, queramos ahorrarnos el precio de los derechos y perdamos también su valor, como el pobre Jacob perdió su primogenitura por un plato de lentejas.

Hay quien parece pensar que la mayoría de los ciudadanos obedece a esta estúpida lógica. Por eso nos es dado contemplar, no sin cierta vergüenza, cómo se les oferta un amplio surtido de platos de lentejas en forma de paguitas o descuentos fiscales. Como los vendedores ambulantes: ni treinta, ni veinte, ni diez, señores electores, ¡cinco! ¡todos sus derechos y más por el increíble precio de cinco euros!

Lo peor viene después, porque aquellos ciudadanos que ceden a la burda oferta del reclamo electoral se encontrarán seguramente con que hay un incendio y no existen medios para sofocarlo, tienen un pleito y han de esperar mil años para verlo resuelto, enferman y se ven amontonados en el pasillo de un sanatorio, quieren un buen colegio para su hijo pero sólo los hay de pago, y les asaltan su tienda con toda impunidad porque no aparece por allí un coche de policía en toda la noche. Se han comido ingenuamente las lentejas fiscales y resulta que no tienen derechos o tienen sólo un remedo de derechos.

Pese al discurso oficial y la apariencia exterior, España es un país en que los derechos de los ciudadanos funcionan bastante mal. Todos los derechos; también los que sustentan las actividades del famoso mercado. Y eso sucede porque es un país en el que no son muy eficaces las leyes. La mayoría de las propuestas legislativas de los partidos, que parecen tan osadas sobre el papel, se quedan en nada cuando llega el momento de su aplicación por las instituciones. Entonces resultan ser bastante inoperantes.

Estos días experimentamos, por ejemplo, que, pese a nuestro flamante derecho a la salud, la organización institucional del sistema médico es enteca y caótica. En otras ocasiones vemos que la inoperancia de leyes e instituciones defrauda otros derechos. Cualquiera que haya intentado defender su propiedad, pedir la restitución de un bien o el pago de una deuda, es decir, cualquiera que haya tratado de poner en marcha los resortes jurídicos que protegen al mercado, lo sabe muy bien. El procedimiento es torpe y desesperante. Y la solución llega sólo muchos años después. Y eso se debe con toda seguridad a que nos hemos dado a la alegría de votar a quienes ofertan bajar los impuestos y prometen más justicia, mejor sanidad, y no sé cuántos policías más por kilómetro cuadrado. Es decir, pagar menos precio y tener más derechos, un señuelo para tontos que, sin embargo, parecen dispuestos a emplear todos los participantes en nuestro circo electoral.

Nos dejamos así embaucar y decimos que sí a la promesa de los derechos y que no al pago de su precio. ¡Derechos gratis para el niño y la niña! Inútil: allí donde hay un derecho reconocido por la ley tiene que haber un remedio para el caso de que no sea respetado, y ese remedio tiene siempre un coste. Eso se aplica a todos los derechos, al derecho a la libertad religiosa y al derecho de voto, al derecho a la integridad física y al derecho de propiedad, y, por supuesto, también a los derechos a la protección del medio ambiente, a la salud y a la vivienda. Hasta se aplica, paradójicamente, a los derechos que tenemos para protegernos del gobierno y sus abusos, porque esa protección misma sería también impensable sin instituciones públicas y agencias de poder.

Se dice que todo derecho de un ciudadano supone un deber en otros ciudadanos o poderes; si se incumple ese deber se defrauda el derecho y se genera una responsabilidad por ello. Si no podemos exigir esa responsabilidad es como si no tuviéramos derechos. Así son las cosas. Por eso el libro que antes citaba acaba en una aseveración contundente: ningún derecho que sea valioso para los ciudadanos americanos puede ser realizado efectivamente si el Tesoro está vacío.

Una retórica malsana y tosca ha impuesto entre la gente el lugar común de la "voracidad recaudatoria" de "los políticos". Un no menos tosco y simplista latiguillo se está imponiendo en el discurso electoral: que bajar los impuestos aumenta la libertad, incrementa la riqueza, o incluso que "es de izquierdas". A ver si conseguimos de una buena vez alcanzar un nivel digno en la discusión de estos temas cruciales. Para ello los electores no han de ser tratados como estúpidos ni los políticos como pícaros irredimibles. Dejemos semejante discurso para la demagogia y la información mercenaria y pongámonos a hablar en serio de nuestros impuestos, es decir, de nuestros derechos.

De aquí.

27/2/08

Balas de indecencia

Yo sí que me siento agredido por quien dispara contra mí disparando contra el presidente del Gobierno balas de indignidad, de miseria moral, de oportunismo político y de indecencia ética.

De aquí

La altura de los rajoyes

Dicen que la madre de todos los debates fue vista por trece millones de teleespectadores, a los que habría que añadir los incontables que se mantuvieron pegados a la radio e Internet. Entre todos ellos faltaron muchos de mis amigos y compañeros de trabajo que desertaron a los pocos minutos de iniciado el debate, según me confesaban ayer, por no haber sido capaces de soportar la tensión: la provocada por la manipulación, agresividad y chulería de Rajoy, y por la impotencia de ver a Zapatero contestar a los insultos con educación, con ese estilo Bambi desesperante de director de orquesta del Titanic que no se inmuta ni ante la vía de agua que se le viene encima.

Alabo su temple, pero en algún momento hay que dejar de tocar el violín. Viéndolo, me vinieron una vez más a la memoria las palabras de José Luis Coll, que al más puro estilo Zen explicaba lo peligroso que es discutir con los que utilizan la grosería como arma de lucha dialéctica. Recordad a Coll: “Lo malo de discutir con los imbéciles es que tienes que ponerte a su altura para que te entiendan; y ahí es donde estás perdido, porque ellos saben hacer el imbécil mucho mejor que tú”.

Zapatero nunca sabrá hacer el rajoy, que es una variante de andar por la vida haciendo miserablemente el aznar. Por educación, no le sale todavía del cuerpo, pero algo debería hacer por la salud de nuestros nervios, por los millones de espectadores que tras los televisores nos levantamos como un resorte cuando un perfecto aznar como Rajoy, que pretende gobernarnos los próximos cuatro años, se atreve, por ejemplo, a acusar al presidente de un gobierno democrático de agredir a las víctimas del terrorismo. Un presidente que se jugó su futuro político (y que todavía lo tiene en el aire) por intentar acabar con el terrorismo.

Ya sé que, ante tamaña desmesura, capaz de hacer dudar de la salud mental y la catadura moral (inmoral) de quien la pronuncia, la caja registradora del PSOE se embolsó miles de votos nuevos. Lo peor es que para el próximo lunes nos amenazan con otra sesión, y creo que dos tazas de ese caldo seguidas son muchas para mis nervios. Me temo que si Zapatero no deja el violín de una vez, en una de estas me cargo de una patada el televisor extraplano que me costó una pasta. Y entonces voto a bríos.

De aquí.

17/2/08

I want you to spend a lot

LEP: la Lengua de la España Pepera

Al inventar un pacto según el cual los inmigrantes se verán obligados a pagar impuestos, a cotizar a la seguridad social, o a respetar las leyes de nuestro país (entre otras la obligatoriedad de tener un contrato para poder trabajar), se insinúa que esto no ocurre ahora. Lo paradójico es que tan brillante idea se presente en grandes convocatorias ante miles de militantes cuando, en realidad, debería hacerse en el foro apropiado: en cualquiera de los desayunos, conferencias o entrevistas con destacados miembros de la CEOE (Confederación Española de Organizaciones Empresariales), que aglutina a la práctica totalidad de los empresarios españoles. Allí se les debería exigir que no abusaran de la situación de alegalidad de estos desgraciados para comportarse como esclavistas, en pleno siglo XXI, y obtener así beneficios astronómicos desde la inmoralidad y el delito. Es de un cinismo aterrador plantear el debate como si la responsabilidad fuera del que se ve obligado a aceptar la explotación y la voracidad del empresario por necesidad. Si el señor Rajoy, con su planteamiento, da a entender que los empresarios son unos chorizos explotadores, pues que lo diga, alto y claro. Pero lo que pretende es volver a los trabajadores españoles contra los inmigrantes, que se peleen entre ellos, mientras los empleadores sacan tajada de esta subasta a la baja inmoral y carroñera. Si quiere que se cumpla la ley, que apele a los jueces, la inmensa mayoría pertenece a una asociación afín a su partido. La verdadera delincuencia no está en los niños de 12 años, sino donde, sin querer, apunta el señor Rajoy al culpar a las víctimas de la explotación de ser agentes de desestabilización e inseguridad. No son ellos los chorizos, usted lo sabe.

De aquí.  Y más sobre todo ello aquí.

14/2/08

Buitres

Dicho en plata y sin rodeos: la Conferencia Episcopal Española parece un cenáculo de jerarcas hipócritas que picotean con fruición el cadáver de la libertad, su manjar favorito desde que la Iglesia católica es tan terrenal.

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De aquí.

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12/2/08

¿El viejo reflejo aticlerical?

La Iglesia católica ha emprendido una nueva contrarreforma bajo la dirección estratégica de Ratzinger con el episcopado español como fuerza de choque. Una cruzada cuyo objetivo último es la dessecularización entendida como reconquista del espacio público, lo que implica un giro copernicano en sus métodos de apostolado sustituyendo la dominación canónica por la movilización carismática.
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La Contrarreforma del siglo XVI fue un movimiento reactivo dirigido contra el primer racionalismo individualista (humanismo, erasmismo, luteranismo, calvinismo, cartesianismo, etcétera) que buscaba recuperar el control cultural sobre el poder político. Un control cuyo monopolio había perdido el papado a causa de la reforma protestante y que en parte logró recuperar reformando en profundidad sus prácticas organizativas y discursivas.

Y esta nueva contrarreforma es otro movimiento reactivo dirigido contra la secularización actual (cientifismo, globalismo, hedonismo, individualización, etcétera) que también pretende recuperar la influencia de la Iglesia católica sobre el espacio público. Una influencia que se había perdido por la retirada religiosa hacia la esfera privada, efectuada a partir de los años 60 y confirmada por el Concilio Vaticano II, pero que dos acontecimientos ocurridos con el cambio de siglo brindan la ocasión de neutralizar e invertir, tratando de recuperar su antigua influencia política en decadencia.

¿A qué acontecimientos me refiero? Ante todo, a la crisis de la izquierda derivada del fin de la guerra fría, que ha dejado a la religión sin adversario ideológico. En efecto, como resume Gauchet, la primera secularización significó una transferencia de sacralidad desde las religiones públicas oficiales hacia las ideologías políticas redentoras o salvacionistas: comunismo, socialismo, nacionalismo, etcétera. Pero el efecto corrosivo de la secularización más reciente también ha terminado por socavar la creencia en estas nuevas religiones políticas, pues hoy, tras el fin de las ideologías, ya nadie presta crédito al paraíso del proletariado ni a la sociedad sin clases. De ahí que, al declinar su vieja rival agnóstica -la izquierda anticlerical-, parezca llegado el momento de que las antiguas religiones se tomen la revancha, tratando de recobrar para sí una nueva contra-transferencia de sacralidad.

Es el segundo acontecimiento al que aludí antes, bautizado por Kepel como la revancha de Dios. Tras la pérdida de relevancia movilizadora del socialismo y el nacionalismo como estrategias antiimperialistas, su vacío ideológico fue ocupado por las religiones mesiánicas, que a partir del ejemplo de la revolución islámica de Jomeini comenzaron a proliferar por todas las culturas colonialmente sometidas en abierto desafío a la hegemonía occidental.

El ariete más visible de estas nuevas religiones políticas de combate antisistema es la nueva yihad islamista, pero también incluye la insumisión de otras culturas emergentes: confucianismo, hinduismo, negritud, indigenismo, etcétera. Semejante desafío religioso a escala global ha provocado como reacción (backlash) el resurgir del integrismo cristiano liderado por los telepredicadores evangelistas, que desde el profundo sur estadounidense ha reconquistado con eficaz activismo mediático un lugar protagonista para el populismo religioso en la esfera pública de las democracias occidentales.

Y aunque sea con algún retraso, la Iglesia católica no podía quedar descolgada de esta reciente politización de las religiones, que genera como consecuencia la clericalización de la política.

Además, en el caso español llueve sobre mojado, pues a cuanto acaba de resumirse se añaden entre nosotros ciertas singularidades locales, que explican la elección de España por Ratzinger como fértil tierra de misión.

No hace falta recordar las secuelas del franquismo (legitimación del levantamiento como cruzada, nacionalcatolicismo como ideología del régimen, Concordato heredado y renovado, etcétera), pero es que su inercia se ve reforzada por dos hechos provenientes de más atrás todavía. Ante todo subsiste el control por parte de la Iglesia de la educación de las élites y las clases medias, un control sin parangón en Europa que fue confirmado por la democracia actual y está reforzado por la elección de muchas familias secularizadas o incluso agnósticas, que prefieren llevar a sus hijos a colegios segregados por su limpieza étnica en busca no de capital humano (educación de calidad), sino de capital social (buenas relaciones y redes de influencia).

El otro hecho a señalar es que, desde hace más de dos siglos, las señas de identidad de la derecha española dependen del catolicismo como fuente hegemónica de inspiración política. Es la conclusión a la que llega la Historia de las derechas españolas, de González Cuevas (Biblioteca Nueva, 2000), que revela la irrelevancia en España de las otras fuentes de inspiración de las derechas europeas: liberalismo, conservadurismo, reaccionarismo, fascismo, etcétera. Aquí todas estas líneas de pensamiento fueron secundarias y quedaron relegadas ante la hegemonía política del catolicismo. Y esta centralidad del clericalismo en la derecha provocó como reacción en la izquierda un simétrico reflejo anticlerical que produjo trágicas consecuencias. Una situación ésta, de polarización en torno al catolicismo, que todavía persiste al día de hoy, cuando el principal órgano ideológico de la derecha española es la cadena mediática episcopal, que ha emprendido una guerra cultural contra el Gobierno como técnica política de movilización populista. Y ante su propio vacío ideológico, la izquierda no sabe responder al desafío más que con su viejo reflejo anticlerical.

Pero todo esto parecería cosa pasada o más de lo mismo si no fuera por una innovación radical en la metodología del catolicismo, haciendo que pueda hablarse de contrarreforma y no de mera continuidad histórica. Me refiero al recurso sistemático a técnicas de agitación mediática y movilización callejera, promovidas por el anterior papa Wojtyla, que se hallan en las antípodas de la tradicional práctica eclesiástica. Es un nuevo tipo de apostolado populista que no busca congregar fieles en torno a liturgias redundantes, sino que pretende convocar militantes y sacudir conciencias mediante la provocación de acontecimientos mediáticos: visitas papales, manifestaciones políticas, congresos apostólicos y denuncias proféticas contra el poder instituido. Todo ello, además, no con vistas a celebrar y conservar el orden vigente, sino al revés, con la intención de cuestionarlo y deslegitimarlo, denunciando su injusticia y exigiendo su rectificación. Y el mejor ejemplo es la estrategia esgrimida por el episcopado español contra el Gobierno socialista, que busca provocar su reacción anticlerical para poder hacerse la víctima inocente de una persecución laicista.

Así, la Iglesia católica deja de actuar como una estructura institucional de dominación burocrática, articulada en torno a seminarios y parroquias, para transformarse ritualmente (en términos de Turner) en una communitas o anti-estructura contra-institucional, que se realimenta mediante performances efímeras pero memorables por escandalosas. Unas técnicas de apostolado carismático y movilización populista que sólo son viables cuando se esgrimen contra el gobierno del enemigo de izquierdas, y que por ello trascienden al catolicismo canónico para dejarse contagiar por las técnicas de agitación subversiva del sectarismo protestante o la yihad islamista. Es la nueva guerra santa emprendida contra el 'relativismo' por este papado contrarreformista.

De aquí.

11/2/08

Votarán

Quitar derechos

20 Minutos:

¿Respetaría el derecho de adopción que se reconoce a las parejas homosexuales?

Mariano Rajoy:

El de adopción no, no estoy de acuerdo

20 Minutos:

¿Entonces lo quitaría?

Mariano Rajoy:

Yo lo cambiaría, sí; les quitaría el derecho.

De aquí.

De sobrediócesis y acentos

En el infierno, la alegría es una actitud considerada subversiva. Me han dicho que los demonios si te ven reír te rocían con una sobrediócesis (sobrediócesis: sobredosis administrada por un obispo) de aceite hirviendo. Y no me vengáis con que el infierno había sido abolido por Juan Pablo II, porque su perro de presa, Ratzinger, lo ha rehabilitado, y con muy buen criterio por cierto, pues las religiones, sin la amenaza de la tortura, sin la desproporción entre los conceptos de delito y castigo, sin la condena eterna en la que no cabe la posibilidad de trabajos de redención de penas, es decir, sin todo eso que hace al hombre más humano, más bondadoso y más justo que sus miserables dioses, son pura farfolla.

Los mejores especialistas en asuntos del infierno están entre la tropa del PP, que para eso tiene en plantilla una sección episcopal encargada de asustar a niños y beatas. No os extrañe, pues, que la alegría, el buen rollito, el talante, que son virtudes teologales de la izquierda, ponga a los de la derecha literalmente de los nervios.

Esta campaña electoral pasará a la historia como la batalla entre los cenizos, a cuyo frente se encuentran doña Cuaresma Aguirre y Mariano Rajoy, con el apoyo estratégico del terrorismo de ETA y de los curas, y los que creen que al futuro se puede llegar por el camino de la alegría, de la confianza, de las libertades ganadas a pulso.

Científicos, intelectuales, deportistas, profesores universitarios, artistas y empresarios han tomado el acento circunflejo de las cejas de Zapatero como el logotipo de una campaña que titulan “Defender la Alegría”, contra el mensaje de desánimo de la derecha. Porque el dinero llama a dinero (por cierto hasta Emilio Botín trata como a cenizos a los de Génova 13), la confianza llama a la prosperidad, y los mensajes apocalípticos sólo sirven para llenar las iglesias y los infiernos, y crear las condiciones para que lo que va mal, acabe mucho peor.

Se pasan el día rezando para que unos catastróficos datos del paro y del IPC conviertan los acentos circunflejos de Zapatero en acentos graves. Los muy agudos.

De aquí.

8/2/08

Monigotes

El ventrílocuo y su muñeco son enemigos porque compiten por los mismos aplausos. No se trata, pese a las apariencias, de una relación fácil. Hay temporadas en las que el muñeco es más listo que su dueño, más brillante también, más ingenioso, más agudo, más veloz en las réplicas. Por decirlo rápido, hay temporadas en las que el muñeco es el ventrílocuo. Quizá el Vaticano naciera como una suerte de muñeco de Dios, pero hoy es su dueño. La naturaleza diabólica del títere le empuja a ocupar el puesto de su creador (Lucifer). Si ustedes se fijan, hasta en la expresión del pelele más tosco se advierte ese instinto de autonomía, ese afán por seducir que tanto gusta e inquieta al respetable. Entre los mejores artistas sale tarde o temprano a relucir este conflicto de intereses con sus monigotes.

Al principio de la legislatura, la Conferencia Episcopal parecía un eco político del PP. Un monseñor Rouco como de medio metro, ataviado con las ropas de colores propias de su rango, aparecía sentado en los muslos de Rajoy, que lo manipulaba por la espalda con la habilidad de un artista ducho en la materia. Rouco se limitaba entonces a ampliar el mensaje de su dueño con la gracia y el desparpajo que le faltaban a él. Mas de repente, como suceden estas cosas, el muñeco devino en persona y ahora es un Rajoy de madera el que aparece sentado sobre las rodillas de Rouco, obligado a decir cosas sobre el aborto, el divorcio o el matrimonio que ponen en evidencia a su partido. El debate entre Zapatero y Rajoy (si finalmente se ponen de acuerdo) promete mucho, no decimos que no, pero lo que pulverizaría todas las marcas de audiencia conocidas sería un encuentro televisivo entre Rajoy y Rouco (o entre Zaplana y monseñor Camino). Hay un problema: quizá no se pusieran de acuerdo en quién debería aparecer en las rodillas de quién.

De aquí.

7/2/08

Talibanes

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Los obispos que han izado la bandera del integrismo no tienen su problema principal con el Estado, sino con su propio ascendiente moral sobre los fieles. Hace tiempo que la sociedad española ha vuelto la espalda a los códigos de conducta que tratan de imponer algunos administradores de la fe, y la reacción de éstos resulta incongruente. En lugar de actuar de acuerdo con la radicalidad de su discurso y apartar de la Iglesia a los creyentes que recurren al divorcio, el aborto o el matrimonio homosexual, pretenden que el Estado les evite el trabajo derogando esas leyes para todos los ciudadanos, sean creyentes o no.

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De aquí.

6/2/08

Esta mañana al despertarme...

“Esta mañana al despertarme me la he visto así tal cual, en toda su plenitud y he pensado: ¡qué cosa tan bonita”

Citado aquí.

Estultos dañadores necios de la convivencia entre los españoles

La sabiduría ancestral de la curia italiana se puso de relieve en los tiempos en que la hegemonía política de la democracia cristiana se veía amenazada por el eurocomunismo. En los períodos electorales, los curas italianos, manteniendo esa exquisita equidistancia de los que saben que el cielo comienza en la tierra, advertían desde sus púlpitos que no querían inmiscuirse en política, pero recordaban a sus feligreses que ellos eran demócratas y eran cristianos.

Apenas habíamos asimilado las manifestaciones callejeras de cardenales y obispos por las más diversas reivindicaciones cuando nos llega el último acuerdo de la Conferencia Episcopal, leído, sin rubor aparente, por un portavoz recientemente elevado a la dignidad episcopal. Y resulta que, como diagnosticó en su día el incombustible ministro demócrata-cristiano Giulio Andreotti, a la política española le manca fineza, le falta estilo y cultura democrática.

La letanía de la jerarquía española es la habitual: aborto, eutanasia, matrimonio de personas del mismo sexo, laicismo, educación para la ciudadanía, nacionalismo y terrorismo... con una apostilla inédita: no es moral conversar con los terroristas.

A nadie puede extrañarle la posición de la Iglesia Católica sobre el aborto y la eutanasia. Personalmente, sigo sin entender su rechazo a la homosexualidad masculina. En cuanto a su oposición al divorcio, resulta jurídicamente surrealista. No lo admite, pero favorece las nulidades de los matrimonios canónicos con una flexibilidad y ligereza que desborda todas las posibilidades que establece la legislación civil. Se acuerda la nulidad, previo costoso proceso canónico, si los contrayentes son inmaduros, no creían en el carácter sacramental de la unión o no la han "consumado". Se admite también la nulidad cuando los cónyuges lo hayan contraído con el propósito deliberado de no tener hijos o no guardarse fidelidad.

Pero la cúpula episcopal ha dado un paso adelante con su última declaración. Lanzada directamente a la arena política en pleno periodo electoral, ha roto todos los cánones de imparcialidad y equilibrio, pronunciándose a tumba abierta sobre el sentido que debe tener el voto del que comulga con sus creencias, ritos y ceremonias, y advirtiéndole del grave peligro de ganar el mundo y perder su alma.

Así que la nota emitida por la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal (formada por 18 obispos) desprecia su condición de parte que actúa en función de los Acuerdos Internacionales entre el Estado español y la Santa Sede, y se pone por solideo las normas, internacionalmente admitidas, sobre el derecho de los Tratados (Viena, 23 de mayo de 1969). Cabe recordar que las obligaciones contraídas lo son para las dos partes, con arreglo a su contenido y a los principios de lealtad recíproca y buena fe.

Los obispos sugieren que su nota sólo pretende meditar de nuevo sobre la Instrucción Pastoral aprobada el 23 de noviembre de 2006 por la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal bajo el título Orientaciones morales ante la situación de España. Pero lo cierto es que, vulnerando de forma explícita su posición en el marco de los acuerdos jurídicos con el Estado español, han abandonado su condición de parte institucional para expresarse como beligerantes ciudadanos implicados hasta el cuello de la sotana en la contienda electoral.

La trampa es muy burda. Conservan intacta su condición de parte contratante de un Tratado Internacional y al mismo tiempo se disfrazan de su condición de españoles para disparar contra los programas de determinados partidos políticos. Nos dicen que no pretenden que los gobernantes se sometan a los criterios de la moral católica, pero al mismo tiempo sostienen que esta moral es el mejor medio para mantener el vigor y la autenticidad de las instituciones democráticas.

En esta línea, no consiguen separar el trigo de la paja, y por ello reconocen la legitimidad de las posiciones nacionalistas no violentas, para, en el renglón siguiente, invocar la autoridad de Juan Pablo II y denunciar "los peligros del separatismo". Una vela a Dios y otra al Diablo.

En el rosario interminable de agravios contra el Gobierno, lo verdaderamente novedoso de la declaración electoral de los obispos es alguna precisión sobre el terrorismo. No les mueve la lógica condena de esta actividad, algo que compartimos los que sabemos que gracias a los asesinos terroristas estuvo a punto de volver el nacionalcatolicismo el 23 de febrero de 1981. No, ahora perfilan más su posición partidista. Empiezan añadiendo la obviedad de que una sociedad que quiera ser libre y justa no puede reconocer a una organización terrorista como representante político de ningún sector de la población. Y luego, decididos a introducirse por terrenos pantanosos y oscuros, afirman dogmáticamente que nunca se puede tener a los terroristas como interlocutores políticos. Manipulan así la Instrucción Pastoral al omitir las referencias a las medidas de indulgencia en el caso de renuncia definitiva al uso de las armas. Esta aportación, por cierto, no tiene nada que ver con la moral católica, históricamente tan acomodaticia a toda clase de situaciones terrenales.

Señores obispos, termino como ustedes en su nota: que el Señor les ilumine y fortalezca para que se den cuenta del daño que están haciendo a la convivencia entre los españoles.

De aquí.

5/2/08

El pasmo de Occidente

Hay algo que difícilmente va a cambiar ya en el estado anímico de los españoles y en el escenario político, social y cultural de España en años, sea cual sea el resultado de las elecciones del 9 de marzo. Se equivocan quienes creen que la polarización política, la destrucción del tejido social y de la voluntad de convivencia impuesta a la legislatura se revelará como fenómeno pasajero. El radicalismo sectario y la voluntad excluyente no son la «enfermedad infantil del zapaterismo» (Lenin pixit-dixit) sino la esencia de un proyecto político aglutinado en torno a una persona, rodeado por una guardia pretoriana intelectual encanallada, una sofisticada y abrumadora maquinaria de intoxicación y una soldadesca política que busca la eliminación de todo disenso, crítica y oposición. Aunque Zapatero tuviera un arrebato de decencia para dimitir o su partido para inhabilitarlo, mucho tardará en recomponer el (aún) ciudadano español, la voluntad de convivencia y respeto que existía antes de que Z nos lanzara hacia «las ansias infinitas de paz».

Esta última semana demuestra que la deriva en la que nos embarcó un presidente del Gobierno llegado de la nada con el único bagaje del odio a su antecesor y su mensaje redentorista, nos ha llevado a una situación de difícil retorno. La proclamación oficial de la existencia de un enemigo interno en el sistema democrático se produjo muy pronto en la legislatura cuando Zapatero se identificó plenamente con un bando de la guerra civil y proclamó su voluntad de llevarlo, 70 años después, a la victoria. Para imponer así su intrínseca bondad. Quienes se opusieran se situaban con el mal y eran enemigos a batir y humillar.

Pronto es para hacer balance de tanta desgracia. La catarata de insultos, descalificaciones e insidias, las manipulaciones y tergiversaciones de las palabras críticas hacia el poder la única oposición parlamentaria del PP, la Asociación de Víctimas del Terrorismo, movimientos cívicos y ahora la Iglesia Católica y la infinita sumisión de la inmensa mayoría de los medios de comunicación al dictado de un líder tan despreciado como temido que muchos se resignan o desean ver ya como fundador de un nuevo régimen, han creado ya en España una situación de democracia anómala. Nada tiene que ver con la legítima y leal competencia entre opciones políticas, diversas y adversarias, pero con vocación de buscar el bien común de toda la sociedad.La voluntad de Zapatero de consolidar un nuevo régimen que nada tiene que ver con letra y espíritu de nuestra constitución, -con una victoria en las urnas que considerarán un plebiscito a favor de toda su política-, se traduce en su política sistemática de quebrar la voluntad de los discrepantes, acallar toda voz crítica y amenazar a disidentes potenciales.

A pocos parece importar que voceros del régimen, desde ministras a columnistas llamen al frentepopulismo con independentistas y socios de ETA a la ofensiva común para la liquidación de la oposición en Cataluña o a la sedación de opositores (curioso resulta que un periódico publique el deseo de una escribidora de ver muerta a una líder de la oposición y la envíe a la sala de urgencias con el doctor Montes. Grave lapsus freudiano de la indigente intelectual. Su periódico no lo percibió, habituado como está al olor de su sentina. Montes debería querellarse contra Torres por sugerir que es Mengele).

Miedo

Este nuevo «Kulturkampf» desatado por Zapatero, ante la temida posibilidad de que toda su tropa reclutada en la selección de los peores del PSOE se quede sin sueldo el 10 de marzo, nos lleva al enfrentamiento social. Aquí no hablamos del Estado laico que Bismarck defendió en su día. Se trata de la persecución de la oposición y por tanto de una voluntad totalitaria cada vez más agresiva. La Iglesia debe callar ante la amenaza de linchamiento. Eso sí, la SGAE tiene franquicia fanariota con el canon. La oposición no debe oponerse ni a la mentira del presidente respecto a las negociaciones con ETA -que ningún jefe de Gobierno europeo habría sobrevivido políticamente-, ni a la coordinación de políticas con la banda terrorista, ni a la ocultación de datos sobre economía. «Nadie se oponga porque no lo vamos a tolerar». Sería recomendable que todos los españoles empezaran a tener miedo.

Es real, se encuentra  aquí.

Contra el terrorismo

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3/2/08

Alomojó

“Que no haya podido probarse no significa que no hubiese mala praxis”

Esa frase resume cuatro años de oposición del PP en una palabra: alomojó.

Ostap lo dijo aquí.

1/2/08

Partido tapadera

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Ayer leyeron públicamente su programa. Pidieron, como hace ETA-Batasuna con las formaciones que ahora pretendes ilegalizar, que sus militantes, a los que llaman fieles, voten a su partido tapadera, bajo pena decometer grave pecado, y se abstengan de votar al de un gobierno como el tuyo que permite el matrimonio entre homosexuales, el aborto, el laicismo, la Educación para la Ciudadanía, la negociación con los otros terroristas y la Ley de la Memoria Histórica.

De aquí.