19/6/08

La libertad contra los otros

Cuando la Iglesia era libre, y no una Iglesia perseguida como la de hoy, según el fino análisis de monseñor Cañizares, de las paredes de las aulas de colegios y universidades, y de los organismos oficiales, colgaba la representación macabra de un Gólgota, con su Cristo crucificado y los dos ladrones en sus flancos: Franco y Primo de Rivera, el precursor de la FAES (Falange Española).

La Iglesia era muy libre, libre para toda clase de desmanes, como ser delatora y cómplice en los juicios sumarísimos, una pantomima procesal donde se enviaba al patíbulo a los impíos (amalgama que englobaba a la oposición al régimen y a los vagos y maleantes entre los que se incluía a los homosexuales).

Era libre para denegar certificados de buena conducta, para inmiscuirse en nuestra vida sexual, para divorciarnos en el Tribunal de la Rota, previo pago de sumas de dinero fabulosas, para suplantar al Estado en los contratos de matrimonio, para monopolizar buena parte de la enseñanza. En aquellos años maravillosos en que la Iglesia era libre, un capellán castrense me metió dos días de arresto por no saludarle marcialmente.

Como ahora está perseguida, la gente descreída sustituye el belén por el ateo árbol de Navidad, y tan sólo los presidentes meapilas de los equipos de fútbol ofrendan a la Virgen sus éxitos deportivos, con lo forofa que es de este deporte la madre de dios.

Como residuo contaminante sin tratar, todavía permanecen ciertos tics, como las celebraciones de los santos patrones sectoriales. Por ejemplo, el 24 de junio se celebra en Madrid (no sé si ocurre lo mismo en el resto de España) el día de san Juan, el santo patrón de la policía municipal. Con tal motivo, la muy cristiana corporación madrileña ha ordenado a 150 de sus agentes que acudan a misa -en justa reciprocidad con el cura castrense de mi juventud que soñaba con ser coronel-, sean creyentes o del Atlético de Madrid (creo que en ambos casos se necesita mucha fe).

La Iglesia perseguida todavía cuenta así con un equipo de defensores armados, dispuestos a librarla de sus perseguidores a hostias, si es menester. Para entrenarse en tan ardua tarea, los policías buenos, como los de Madrid, reciben hostias en misa el día del santo patrón, como método para curtir su espíritu; y los malos, como los de Coslada, las dan, pero en los prostíbulos. Desde luego, no hay color.

De aquí

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